Pastores de Los Picos de Europa

Una cultura ganadera con más de seis mil años de antigüedad

De izquierda a derecha: Ignacio (Las Bobias); Manuelín el de Concha (Las Bobias); Ismael Alonso (Las Bobias); Ignacio Iglesias (La Redondiella); Constante Asprón (Las Fuentes); Manuel Remis (Sobrecornova) y Luis Blanco Caso (La Tiese) en La Ercina en septiembre de 1959. Foto de J. R. Lueje. Colección del Museu del Pueblu d ́Asturies.

Quiénes son los pastores
Gonzalo Barrena Diez

Los pastores de los Picos de Europa, como los de cualquier espacio ganadero, acompañan a sus rebaños en los desplazamientos anuales en busca de pasto. Su camino, de ascenso hacia las majadas más altas en primavera y de descenso hacia los pueblos, entrado el otoño, está marcado por el relieve, el clima y las estaciones, que son quienes determinan el tipo de geografía que el visitante percibe: un rosario de pueblos circundando el macizo, generalmente por debajo de la línea de nieves, unas praderías sobre las que se practica la siega, con el ojo puesto en los meses fríos y la escasez; los invernales, salpicados de cabañas y fresnos, rodeados de muros a media altura y destinados a contener los rebaños con pastos de entretiempo; y, por último, el camino del puerto, que utilizan las reses cuando van de “de muda” en dirección a las brañas y vegas cimeras, buscando hierbas especialmente nutrientes y frescor en las épocas de estío. Con las primeras nieves, los rebaños dan la espalda al monte y retornan, camino de los pueblos, a cuyos xerros y cuestas aplicarán el diente mientras se va acercando el verdadero invierno, tiempo de establo, hierba y rumiadura.

Tal es el ciclo anual, más o menos seguido por los contados hombres que aún practican el pastoreo tradicional en todo el macizo y que se concentran especialmente en su vertiente asturiana. De un colectivo cercano al millar, apenas llegan a una decena quienes hoy siguen a los rebaños día tras día, ordeñan sus ubres, cuajan el queso en las majadas y sostienen en pie las escasas cabañas que expiden humo a través de las techumbres.

Llegaron hasta aquí, el momento presente, pero cuentan con una genealogía de gran antigüedad. De ella perviven muchos rastros, algunos de ellos de tiempos neolíticos, y conservan una organización parroquial aún vigorosa en lo territorial. La cronología de su mundo permanece sujeta a grandes ciclos: prehistoria, neolítico, tiempos modernos… Hoy asistimos al final de uno de ellos y, con él, al de la cultura más genuina de este espacio, si bien no la única. Entre sus contemporáneas —y muchas de ellas boyantes—cuenta el excursionismo de entresiglos, que se abrió paso por acá ayudado del auge que los movimientos “alpinistas” alcanzaban en la Europa decimonónica.

Los clubs alpinos se fundaban a mediados del siglo XIX y en España, muy pronto, los “pireneístas” heredaban el impulso. El movimiento excursionista no dejaba de ser una deriva incruenta de otros usos aristocráticos que, como la cinegética, compartían su espacio, y por ello se desarrolló en su comienzo a espaldas de la cultura del pastor, percibiéndose ambas entre si con extrañeza. Sin embargo, la precariedad de las economías campesinas y el preciso conocimiento del terreno que poseían los pastores convirtieron a aquellos excursionistas en sus clientes, y fueron citados y elogiados frecuentemente por ellos en sus crónicas. Paulatinamente, fue consolidándose entre ambos colectivos cierta sinergia y, en repetidos casos, relaciones prolongadas y de amistad. En su contexto mutuo fue donde se produjo, casi exclusivamente, un verdadero contacto cultural.

Las prospecciones geológicas desarrolladas durante la segunda mitad del siglo XIX, animadas por el apetito industrial, y las explotaciones mineras que vinieron después y que se prolongaron durante la primera mitad del XX —algunas avanzaron hasta los setenta— coexistieron también con las actividades de pastor.

Las empresas mineras repartieron jornales entre los que estaban allá arriba, entre ellos muchas mujeres que lavaban mineral o cocinaban para los picadores, y acometieron ciertas infraestructuras que quedaron al uso de todos pero de las que se sirvió principalmente el ganadero.

No obstante, y a pesar de las rentas que pudieron sumar a los aprovechamientos tradicionales, los poblados mineros se diferenciaron bien de los amajadamientos y la ósmosis entre ambos se limitó a la reutilización de materiales, al confort añadido a algunas vías pecuarias y al oportuneo de ciertas construcciones. Extintas las actividades mineras, nada de ello quedó que no fuesen los testimonios —hoy día valiosos— de un sorprendente patrimonio industrial.

Los movimientos conservacionistas entran tempranos en la historia de este espacio, si bien lo hacen de la mano de un marqués. Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa y político activo en aquellas asturias, desempeñará un papel relevante en el tratamiento territorial; y de su impulso, se nutrirá la torpe tecnocracia franquista y —de modo inconfeso— el movimiento conservacionista que florecerá durante la segunda mitad del siglo XX. Su último cuarto de siglo, monopolizado por el turismo y los usos masivos del espacio, conlleva impertérrito el final del pastor. O eso parece.

No obstante, excursionistas, geólogos, ingenieros de minas, toda clase de peritos en montes, gentes de pensamientos verdes, alpinistas y la panoplia del turismo, todos ellos, decimos, siempre desarrollaron códigos, lengua, materiales y comportamientos independientes del pastor, en la mayoría de las ocasiones completamente impermeables a su cultura.

Pastores de Los Lagos
Jaime Izquierdo.

Artículo publicado en el diario La Nueva España el 23 de octubre de 2016.

Pastores de Los Lagos, parte 1

Pastores de Los Lagos, parte 2

Sobre el término "majada"
Gonzalo Barrena

La genealogía del término “majada”, en todas las hipótesis que se manejan, guarda relación con el asentamiento del pastor, con el apriscamiento del rebaño en terreno favorable y con una serie más o menos nutrida de construcciones. Unas interpretaciones hacen derivar el término de las “máculas” o redes con las que se aseguraba la reunión de las ovejas durante la noche, para ponerlas a salvo del lobo o del extravío. Otras versiones, inclinadas al “pangere malleas” latino, lo relacionan con el mazo de hierro y/o las estacas que serían necesarias para idénticos acorralamiento y seguridad de las reses. Del mismo modo, puede buscarse el origen del término en lenguas norteafricanas, de las que procedería el “magalia” con que se nombran en ellas las “chozas” o “cabañas” de los nómadas. Y, por último, no carecería de fundamento un origen más remoto de la palabra: en más de una lengua indoeuropea aparece la raíz mallos en referencia a “oveja”, “lana de oveja” y “pastor de ovejas”. Con esta genealogía coincidiría el uso antiguo de la voz “majada”, cuando el término refiere al propio “rebaño de ovejas” acompañado de pastor.

Otras voces que nombran la misma realidad, presentes ambas en la toponimia de Los Picos, son las de “sel” y “braña”. Aunque en la actualidad han sido desplazados por el término “majada”, en su día nombraron el mismo tipo de asentamiento, aunque con diferente linaje semántico. “Sel”, relacionado con la misma raíz que da términos modernos como “suelo” o “solar”, hace referencia en la toponimia antigua de Cantabria y de las Asturias más orientales a un lugar de “abrigo y descanso del rebaño” en los puertos, mientras que “braña”, y su más probable parentesco con “verano”, alude al asentamiento alto del pastor, propio de la buena estación.

En fin, tanto desde unas como desde otras interpretaciones, estaríamos ante hipótesis convergentes sobre una misma realidad toponímica, la que en lengua y conocimiento de pastor nombra hoy a todo “espacio en el puerto, relativamente favorable y con pasto circundante, nucleado por una o varias cabañas de vivir, dotado de corrales, fresnos y puntos de agua, y donde, en su tiempo, el pastor reúne al ganado, lo ordeña y elabora el queso”. Al menos ese es el sentido que comparten todos los lugares de Los Picos que son identificados como tales.

El pastoreo "de estada" y el queso
Gonzalo Barrena

La elaboración de queso es la razón esencial del denominado pastoreo “estante” o “de estada, nombrándose en algunas zonas, más precisamente, como “subir a hacer la “renta’l quesu”. Ésa es la causa de la represión sistemática que sufre en Los Picos de Europa el ganado caballar. La razón no es otra que su nulo rendimiento lechero y la competencia que supone para el vacuno. Ambas especies aprovechan el mismo espacio de pasto, pero como la yegua tiene el diente más duro y doble fila de ellos, acaba desplazando de las brañas al vacuno; al menos, a las especies de mayor rendimiento y, por tanto, más blandas. Por eso se reprimió históricamente o se excluyó absolutamente de los mejores pastos este tipo de ganado, quedando orientado casi exclusivamente al transporte. Sólo las zonas más bajas, marginales o más duras, y las zonas altas en épocas preinvernales, quedan a su disposición.

El pasto alto, por su parte, se reserva para el exclusivo aprovechamiento de los animales de rendimiento lácteo, pues la fuerza de esos “herbaos” calizos tiene un alto valor nutriente repercutiendo lógicamente en la finura y rendimiento de la leche y, en consecuencia, del queso.

Por su parte, el queso es la forma óptima de almacenar la proteína excedente en el rendimiento lechero que ocasionan una primavera y un verano cortos pero intensos. En las majadas más altas, cinco litros de leche dan un kilo de queso, frente a los diez que se necesitan con la ceba del valle. Las piezas medianas o grandes de queso constituyeron en el pasado la única manera de aprovechar la producción de un rebaño estremeru,
encumbrado con el buen tiempo en cotas que hacían impracticable el transporte diario de la leche o cualquier otro aprovechamiento. La maduración en cuevas procede de épocas en las que hombre y rebaños las habitaban con regularidad, cuando el pastoreo y ordeño se hacían desde culturas plenamente itinerantes. Y la prolongada curación de sus quesos ponía al alcance del pastor alimento seguro para toda la rueda del año.

El microclima de las cuevas interviene en la definición del sabor y la textura. Así, desde el foco de Cabrales, con el queso que lleva su nombre, y desde Tresviso, con el picón, se iría extendiendo la técnica al resto del territorio, dando paso a quesos más suaves a medida que se va dejando el norte y el este de los Picos de Europa. Geología, clima, cuevas y tradición local perfilan así cada uno de los tipos o variedades.

En determinadas zonas el trasiego de la leche se organizaba en común: cada día le tocaba a alguien bajar al pueblo con la leche ordeñada. En el zurrón viajaban varios vallicos –también en “odres” o “marmitones”- con unos siete u ocho litros y, a veces, una manteca nadando entre la leche. Ésa es la razón que subyace, por ejemplo, en el topónimo “la vega de las mantegas”, en el concejo asturiano de Onís, posiblemente por converger en ella diversas veredas particulares que tomaban, a partir de allí, un camino común.

Un modo generalizado de este tipo de aprovechamientos consistía en subir a media tarde, camino del puerto, ordeñar a la noche, dormir en la majada, ordeñar de nuevo al alba y bajar con la leche de regreso al pueblo. Ahora bien, esta variante del aprovechamiento lechero resultaba más asequible a los pueblos más altos, por tener al alcance las majadas. Los más bajos o los que no siéndolo se ubicaban en los escalones más extremados, se volcaban en la producción de queso o se “quedaban a medios dies”, expresión con la que se refiere un tipo de amajadamiento consistente en pernoctar y bajar en días alternos.

Posiblemente debido a la bonanza del pasto y de los suelos, en las zonas más bajas y con pastos susceptibles de otros aprovechamientos distintos al extensivo y “de
reciella” (ganado menor), el pastoreo fue orientándose paulatinamente a la ganadería de vacuno. A su vez, la leche se dedicó a la producción de manteca o a la de un tipo de “queso tierno, pequeño”, destinado al consumo doméstico.

La diversidad quesera de la región, por su lado permanece aún sin otra explicación que la fundada en los correspondientes procesos de elaboración. No obstante se echan en falta interpretaciones integrales, suficientemente fundamentadas en la interacción de los procedimientos tecnológicos con el hábitat. Por nuestra parte, hemos constatado una y otra vez que, en la interacción medio-cultura, resultan determinantes las “estrategias de aprovechamiento locales” y los usos ganaderos “de valle”, en el sentido histórico del término.

Majada de Las Bobias, puertu Onís.

Imagen de Nacho Pérez

Antonín

Pastor de Umartini, Cangues.

Vaca casina o «asturiana de la montaña»

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